domingo, 30 de junio de 2013

Mar Ansin: «el combate vital del tío Charlie»


El combate vital del tío Charlie

El fotógrafo neoyorquino Marc Asnin retrata en un libro la caída a los infiernos de un familiar al que siguió durante 30 años

El tío Charlie, sentado en el salón de estar de su casa en Brooklyn con su nueva pistola en la mano, en 1996. / MARC ASNIN / CONTRASTO
El fotógrafo neoyorquino Marc Asnin ha tardado treinta años en parir un libro de fotografía. Para ello ha contado con la aquiescencia de su tío Charlie, del que ha documentado su descenso a los infiernos, tras registrar sus momentos de vulnerabilidad y sus ajustes de cuentas con la vida.
Ése ha sido el principal empeño de Asnin, que comenzó a seguir los pasos de su tío como un proyecto académico, durante su primer año en la Escuela de Artes Visuales (SVA) de Nueva York, y acabó siendo el testigo de la decadencia —pero también de la humanidad— de un familiar caído en desgracia.
La editorial milanesa Contrasto, comandada por el italiano Roberto Koch, ha traducido ese registro vital en una obra singular, Uncle Charlie, que ha sido elogiada por la crítica especializada y que entremezcla reportaje fotográfico en blanco y negro, imágenes de álbumes familiares, memorabilia, narración oral y un tratamiento tipográfico atípico.
La historia de Charles Henschke, un hombre inteligente que tuvo malas influencias y peores compañías, está llena de dolor. “Vi a mi padre perder su lucha por sobrevivir; también he sido testigo de mi propia lucha por vivir. O la ausencia de la misma”, confiesa el personaje. Se transparenta, en su narración episódica transcrita por Asnin, no solo una inteligencia poco común sino una sensibilidad mal emparejada con las decisiones tomadas y las experiencias vividas. Son años de confesiones que resumen una vida marcada por la esquizofrenia, las adicciones, y una relación envenenada con su familia, en su línea ascendiente y descendiente. Por eso, la nota constante en la historia de Charlie es el sufrimiento, ya sea sobrevenido, autoimpuesto o infligido a otros, y presente en varias formas: un padre alcohólico, desconectado y ludópata, una madre ausente, una familia desestructurada, el trauma de una bar mitzvah (fiesta judía de transición a la vida adulta) inventada por sus familiares, el engaño, la muerte, los problemas de salud mental, las parejas drogadictas… Todo ello aparece documentado, con sus propias palabras y en las fotos de Marc Asnin, en Uncle Charlie.
Asnin es apenas un adolescente cuando se matricula en la escuela de arte y comienza a fotografiar a su tío, la oveja negra de la familia. Un personaje maldito habituado a los bajos fondos con el que establecerá una relación de 30 años y del que aprenderá unas cuantas lecciones de vida. Asentada la confianza, el fotógrafo decide grabar y transcribir sus conversaciones con su tío y descubre las diferentes capas de humanidad que se esconden tras el personaje.
En 1994, los primeros frutos de ese trabajo ven la luz en el festival Visa pour l'Image de Perpiñán, en el sur de Francia. “Esa cita fue clave por varios motivos”, relata Asnin. “Un año antes había fallecido mi madre, que luchó para que su hijo fuera a una prestigiosa escuela de arte. En la exposición conocí a mi mujer. Y el reportaje llamó la atención del director de la revista Geo France, que acabaría publicando las fotos más adelante con un relato del escritor Jerome Charyn”. Ese fue el germen de Uncle Charlie: “La exposición y el relato me hicieron ver la necesidad de una narración, de hacer un proyecto a largo plazo”, dice Asnin.
Primer plano de Charles Henschke, 'tío Charlie'. / MARC ASNIN / CONTRASTO
La relación del sobrino con su tío nunca ha sido fácil, asegura el fotógrafo. “Le llevé el libro impreso a la residencia para ancianos de la calle Palmetto, en Brooklyn (‘donde los elefantes van a morir’, según mi tío). En un momento dado, llamaron al timbre. Entró una señora, y Charlie le dijo: ‘Este es mi libro. Estas son mis palabras’". Ese orgullo momentáneo contrasta con un pasaje en el que Charlie expresa su temor a no ser enterrado en un cementerio judío y acabar en un cementerio para vagabundos. “Cuando mi tío dice: ‘Nadie me conoció en vida y nadie me conocerá en la muerte’, eso lo interpreto como un ‘fuck you’ [que te jodan] dirigido a mí”, afirma Asnin.
El trabajo documental, añade su autor, no ha sido suficiente para superar las barreras entre personaje y retratista. “Debido a sus problemas de salud mental, no es capaz de reconocer emocionalmente nuestra relación. No es capaz de verbalizar o de asumir interiormente que, durante 31 años, me ha estado contando su vida y yo he estado escuchándole”, dice Asnin. “Pero al final, a pesar de no haber accedido a una educación y de haberse sentido un perdedor, mi tío ha conseguido contar una historia. Su historia”.
En noviembre tendrá lugar una exposición inspirada en el libro en la galería La Petite Poule Noire de París. “En el sótano podrás sentarte en una silla y escuchar la voz de Charlie”, avanza Marc Asnin. El fotógrafo encontró hace años una serie de polaroids que tomó de su tío. “Las encontré en un cajón. Habían perdido los colores por el paso del tiempo, y parecían imágenes fantasmales. Quizá incluya algunas de esas instantáneas, ampliadas y pintadas en colaboración con un artista, en la exposición”.
Marc Asnin, como su tío, puede estar horas hablando sin afectación sobre la historia de su familia, lo que significa para él su herencia judía, o de por qué se ha pasado 30 años tomando fotos de su tío. Al final, se intuye que Asnin sigue siendo más o menos el chico de Brooklyn que empezó a tomar fotos a los 12 años y al que siempre le fascinó el periodismo. El mismo que vio una foto del tío Charlie incluida en la exposición del MoMA Pleasures and terrors of domestic comfort (1991) pero que no vería publicado el compendio de ese esfuerzo hasta 2012.
El trabajo memorable que hay detrás de Uncle Charlie no convenció en su día a Random House ni al realizador de documentales Alan Berliner. Pero su voz no puede ser más sobrecogedora. Como la frase que acompaña a la foto de Charlie Henschke mirando a una ventana, al final del libro: “Llovió eternamente”.

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