domingo, 19 de agosto de 2012

Sevilla, la fragua de André Friedman


La fragua sevillana de una leyenda

La periodista Carmen Rengel aborda en 'El viaje andaluz de Robert Capa' la estancia del fotógrafo húngaro en Andalucía · André Friedman inmortalizó la Semana Santa hispalense y la Feria de Abril
J. A. ARIAS TORIBIO / SEVILLA | ACTUALIZADO 20.08.2012 - 05:00
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Miradas de Capa. Arriba a la izquierda, imagen del pueblo sevillano aguardando el paso de las cofradías en la Semana Santa de 1935; a la derecha, instantánea de un joven nazareno en la salida procesional de la Hermandad de las Cigarreras; abajo, 'Muerte de un miliciano', fotografía tomada por el reportero húngaro en Cerro Muriano, Córdoba, en plena Guerra Civil española, la que a la postre se convertiría en el principal icono de su obra y lo impulsaría a la fama.
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Un año antes del estallido de la Guerra Civil, Robert Capa (Hungría, 1913- Indochina, 1954), el fotógrafo de guerra más destacado de la historia, inmortalizó el sentir popular de Andalucía. "Cuando vino, Capa aún no era Capa, sino André Friedman, así que nadie tuvo interés en cuidar como el tesoro que son los clichés de su viaje", sostiene Carmen Rengel (Albacete, 1980), autora de El viaje andaluz de Robert Capa, un exhaustivo ensayo publicado por el Centro Andaluz del Libro que refleja el periplo en que el artista húngaro se estrena como enviado especial al extranjero.

"Bebedla a grandes tragos", decía un verso de Bertolt Brecht en referencia a la vida, filosofía que Capa siguió a rajatabla durante aquel 1935. Ensanchó su presente y aceleró el ritmo de los días: "Era un veinteañero ávido de sensaciones que aterrizó en Sevilla y quiso tomarle el pulso. En aquella visita -explica Rengel-, Capa disfrutó por encima de todas las cosas". Aún no se hallaba tan involucrado políticamente -"más centrado en el placer que en el sufrimiento"-, pero ya había sido perseguido en su Hungría natal.

Antes del laurel y la fama, André Friedman -un año después, con la llegada de la guerra, cambió su nombre por Robert Capa- probó el anonimato y la inestabilidad del oficio. Tras no encontrar opciones en San Sebastián y Madrid, la pasión solemne de la Semana Santa de Sevilla y el regocijo de la Feria de Abril le permitieron dar sus primeros pasos fructuosos en la profesión. Posaba siempre su objetivo sobre cómo las personas afrontaban, vivían y digerían los eventos -más que sobre lo ceremonial-; según Rengel, se trataba de una "manía suya de mirar a la gente y no sus accesorios".

Ajeno a la devoción y las cofradías, a los volantes y las sevillanas, al entendimiento autóctono de las citas vernales de la ciudad, Capa suplió su desconocimiento -"hasta mezclaba en sus cartas la descripción de la Semana Santa y la de la Feria, como si fuesen una única celebración"- centrándose más "en los efectos de la fe que en las figuras que la generaban", lo que encandiló poco a poco a sus jefes. "La ciudad debería elegir, un siglo de estos, alguna fotografía suya para el cartel de las Fiestas de Primavera", expone Rengel, quien considera que "para Sevilla sería maravilloso" poder disfrutar algún día de todo el material de Capa, cuyos negativos "siguen en manos de la familia de sus editores" y, en mayor proporción, de "los herederos de su hermano Cornell".

En 1936, acompañado por su pareja personal y profesional, la también fotógrafa Gerda Taro, André, que ya era Robert, se enfrentó al horror, al contraste con la hermosura que había vivido un año antes. Arrimó su hombro al de cualquier combatiente anónimo y se dispuso a disparar, a disparar eternidad con su cámara. Ya en plena batalla, en Cerro Muriano, retrató Muerte de un miliciano, la fotografía que le condujo a la gloria. En palabras de la autora, la imagen supuso "el aldabonazo ante los fascismos por venir y la estampa final de la guerra de fusil y trinchera". "Son los valores de la democracia reventados en el campo de batalla", apostilla. La autora del libro huye de las teorías que apuntan a que la imagen estaba fingida y zanja la polémica: "El periodismo, más allá del icono, es verdad, y creo que no hubiese consentido tal mentira".

Ya en el 37, la travesía andaluza de Capa lo llevó hasta Almería, donde fotografió a los refugiados que habían escapado del brutal bombardeo nacional de Málaga. También se presenció en la zona de La Granjuela, en Córdoba, junto a los resistentes republicanos. El fotógrafo trató de "eludir fotos con fusiles o tanques, ¿para qué, si una mirada cuenta mejor el dolor y la dignidad?", señala Rengel. El reportero se llevó del sur el impulso definitivo que catapultó su carrera y que le convertió en leyenda, pero también el dolor por la muerte de su amada y por la derrota de su pensamiento progresista.

Carmen Rengel, que en la actualidad trabaja como freelance para importantes medios españoles en Jerusalén, ha aprovechado el atractivo de este libro -"escrito como un reportaje largo, como las noticias diarias"- para homenajear a los fotoperiodistas andaluces: "Estoy cansada de hablar con corresponsales de medio planeta que dicen que Andalucía no ha parido contadores de guerras". Desde pioneros como Enrique Facio o la familia Campúa, la autora desglosa la trayectoria de Pablo Juliá, Gervasio Sánchez, Emilio Morenatti, Rafael Marchante, Laura León o Sergio Caro, todos ellos con la esencia de Capa en sus miradas.

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