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lunes, 9 de septiembre de 2013

Dora Maar, la musa doliente

Dora Maar, la musa doliente

Un libro reconstruye la enigmática figura de la fotógrafa y pintora, más allá de su relación con Picasso

Cuando Pablo Picasso y Dora Maar se conocieron, ella tenía 29 años y él 55. Fue en París en el mítico café Deux Magots en 1936, poco antes del comienzo de la guerra civil española. Ella arrastraba una tormentosa relación con el filósofo Georges Bataille y con el actor Louis Chavance. Él, ya un dios indiscutido en todo el mundo del arte, seguía casado con la rusa Olga Khokhlova, madre de su hijo Paulo, y compartía casa con la sueca Marie-Thérèse Walter, madre de Maya. La pasión amorosa entre ambos estalló con tal furia que parecía que nada de lo que ocurría a su alrededor importaba. Como a sus anteriores (y posteriores) mujeres, Picasso la retrató decenas de veces. Era su modelo y su musa. Hasta que, en 1943, todo acabó. Él la sustituyó por Françoise Gilot mientras que Dora inició un descenso a los infiernos en una dolorosa caída durante la que recaló en hospitales psiquiátricos, con aplicación de electroschocks incluida, hasta terminar refugiada en la religión en su apartamento parisino, alejada y apartada de un mundo en el que durante unos años había sido una de sus reinas imprescindibles. Murió en 1997 completamente sola, a los 89 años
Aunque su personaje ha servido de inspiración literaria en varias ocasiones y algunos historiadores del arte se han aproximado a su vida, pocas certezas se tienen de ella al margen del tiempo durante el que estuvo vinculada al artista malagueño. La leyenda en torno a su persona ha ido creciendo con el tiempo hasta adueñarse de la realidad. Los enigmas son muchos y atañen a sus orígenes, a su valía como fotógrafa y pintora, a su peso dentro del Surrealismo, a su actitud política durante la guerra civil española y la Segunda Guerra mundial, a su locura. Victoria Combalía (Barcelona, 1952), historiadora y crítica, ha dedicado veinte años a desentrañar los muchos misterios que rodean la vida de la musa más desesperada de Picasso. El resultado de este trabajo es la biografía titulada sencillamente Dora Maar (Circe) en la que a lo largo de 358 páginas vuelca los descubrimientos obtenidos en más de 2000 documentos inéditos y las numerosas entrevistas telefónicas que Combalía mantuvo con Maar en 1994.
Dueña de unos deslumbrantes ojos claros cuyo color definía la luz del día, Dora Maar era una mujer de presencia imponente y porte elegante. Nacida en París en 1907 como Henriette Markovitch, era hija de un arquitecto croata y una madre francesa dedicada a la familia. La posición económica era elevada debido a los años durante los que el padre construyó numerosos edificios en Argentina. En ese tiempo, Dora aprendió español, una ventaja para su aproximación a Picasso.
Maar tuvo una gran preparación intelectual y artística, primero en la pintura y luego en la fotografía, por la que, desde muy joven, formó parte de los círculos más vanguardistas del París de los años 20 y 30. Combalía advierte en su libro que Dora Maar no es una de las muchas modelos que se acercan a Picasso para acabar siendo devoradas sexualmente por el artista. La investigadora mantiene que junto a la pasión enloquecida que ambos vivieron, hubo un entendimiento intelectual que Picasso no alcanzó con ninguna de sus muchas otras amantes.
A finales de los años 20, Maar formaba parte del círculo de los surrealistas. Era amiga y colega de Brassaï y de Cartier Bresson. Sus fotografías de personajes de perdedores y excluidos de la sociedad eran aplaudidas y valoradas entre los expertos.
Amante del mundo de la alta costura, se movía como pez en el agua en los ambientes de la alta burguesía y entre las mesas de los cafés que frecuentaban los artistas de toda índole. Ideológicamente simpatizaba con los partidos políticos de izquierda, aunque, a diferencia de Picasso, no llegó a militar en ninguno de ellos.
Su manera de entender la fotografía y su popularidad entre los surrealistas le sirvieron a Dora para entrar en la vida de Picasso. Muy segura de sí misma en aquellos años, Dora Maar llamó la atención del artista con una curiosa anécdota que Combalía cuenta en el libro y que también da pistas sobre el carácter masoquista de Dora. Ocurrió en el café Les Deux Magots. Ella se puso a jugar con una navajita que habitualmente llevaba en el bolso. Haciendo saltar la hoja entre los dedos, no detuvo el juego pese a que la sangre chorreaba por su mano. Picasso quedó hipnotizado y le pidió sus guantes moteados de sangre.
Con los guantes, Dora le entregó su vida.
Dedicada en cuerpo y alma a Picasso, Dora documenta con su cámara la compleja realización del mural más famoso del mundo: el Guernica. Su objetivo detalla la metamorfosis de los personajes que ocupan la tela, un trabajo por el que nunca llegó a cobrar nada, ni siquiera los derechos de reproducción que tan bien le hubieran venido en sus difíciles años posteriores.
Ambos comparten amistades, veranos, viajes, trabajo y vida. Y especialmente sexo, algo en lo que Picasso parecía ser tan insuperable como en su pintura.
Pero mientras que para ella no había más mundo, él seguía viendo a otras mujeres. A sus anteriores amantes y a las nuevas. Y la bellísima y deslumbrante Dora pasó a ser la mujer desencajada, rota y llorosa que acabó ingresada en un psiquiátrico.
En 1943 Picasso se enamoró de Françoise Gilot y para Dora se acabó el mundo. La musa divina se convirtió en una loca a la que muchos fueron abandonando. Su amigo Paul Eluard fue una de las pocas excepciones entre los que mantuvieron su amistad hasta el final.
Con el paso de los años, Dora Maar volvió a la pintura pero muy esporádicamente a la fotografía. No se le volvió a conocer ninguna relación amorosa. Para sorpresa de muchos, abrazó el catolicismo con una intensidad que ya nunca abandonaría. Después de Picasso, solo Dios.

viernes, 21 de junio de 2013

Lucien Clergue: «La vida íntima de don Pablo»


Picasso y su esposa Jacqueline con Cocteau, Serge Lifar, Lucia Bosé y Luis Miguel Dominguín.
Lucien Clergue (Arles, 1969) tenía solo 21 años cuando se enfrentó por vez primera a la mirada de Pablo Picasso. Fue en la casa que el artista español tenía en Cannes. Clergue recuerda que le temblaban las piernas y sudaba sin control. Hacía días que el joven fotógrafo le había hecho llegar una colección de fotografías de niños y personajes de la calle y quería saber si el ya todopoderoso Picasso, entonces inmerso en su periodo rosa, estaba interesado. Le dijo que quería ver más, que le llevara más material. Fue el comienzo de una intensa relación que se prolongó durante veinte años, los últimos de la vida del artista, de manera que Lucien Clergue se convirtió en una sombra autorizada para tomar imágenes de la vida más personal del artista. Le retrató con sus hijos, con sus amigos, con Jacqueline, en los toros...
Como muestra de esa fascinante relación, Lucien Clergue está en Madrid, en el Instituto Francés para mostrar la exposición Picasso mon ami, una selección de 35 fascinantes fotografías, blanco y negro en su mayor parte, seleccionadas de un fondo que el autor se confiesa incapaz de enumerar.
“Sabía que si don Pablo me decía que sí, todas las puertas se me abrirían. Si decía que no, seguiría siendo un paria. Me salvó la vida y me convertí en una sombra discreta que solo se manifestaba cuando él lo pedía”.
Clergue cuenta todo esto es un español aprendido a salto de mata. Siente que la inauguración de esta muestra vinculada a PhotoEspaña, un festival hijo de los Encuentros de Arles que él contribuyó a crear, coincida con el 40 aniversario de la muerte del artista.
Dicharachero y simpático, mantiene intacta su admiración por Picasso y se sigue refiriendo a el como don Pablo. Recuerda que estas fotografías no han sido nunca expuestas en España porque se negó a hacerlo durante el franquismo y ya después no hubo más que posibilidades ocasionales como las imágenes del artista en los toros, mostradas en La Maestranza en 1991, en la bienal de Guitarra de Córdoba, en 1996, con fotos del guitarrista Manitas de Plata o el homenaje que se le dedicó a Luis Miguel Dominguín en Murcia.
La oportunidad de estar siempre en medio, le ha dado a Clergue la posibilidad de tener visión muy personal del artista. “Era muy español. Le gustaba la forma de vida que recordaba de su Málaga natal y sus años de Barcelona. Los toros y el flamenco le apasionaban. Además cantaba y bailaba a la menor oportunidad. En una ocasión nos acercamos hasta la frontera con España y de repente se paró. Estuvo una hora larga, inmóvil, con la mirada puesta en el territorio español”.
La verdad es que para Clergue, Picasso todo lo hacía de manera insuperable. "Era un gran fotógrafo. Puedo afirmar que los retratos que hizo a Dora Maar son superiores a los de Man Ray”.
Cuenta Lucien Clegue que Picasso era un modelo insuperable. “Le gustaba posar y tenía aquella extraordinaria mirada que te apubullaba. Muchos le tenían miedo, pero era muy humano”. A la hora de escoger la fotografía que mejor contiene la personalidad de Picasso, Clegue señala un retrato en el que el artista exhala el humo de su cigarrillo mirando al horizonte con gesto grave. “No me canso de mirarlo una y otra vez”.
Sobre Picasso y las mujeres, Lucien Clegue llegó a la vida del artista cuando él se acababa de casar con Jacqueline Roque, su última esposa. Entre risas, se niega a confirmar si Picasso era el gran mujeriego que aseguran muchos.
“Muchas le perseguían, pero solo recuerdo una vez que al volver del pueblo Jacqueline se encontró a una joven criada sentada en las piernas de Picasso. La echó y se acabó el conflicto. Pero el amor de Jacqueline era muy obsesivo. No pudo superar su muerte. La volví a ver meses después de morir Picasso y noté su depresión ahogada en alcohol. Después supe que se había suicidado. No me extrañó”, concluye el artista.